27 de marzo de 2009

El Vesubio y los frescos eróticos de Pompeya

En una de sus célebres cartas, Plinio el Joven le cuenta a Tácito cómo el Vesubio hizo erupción, en el año 79 después de Cristo. Víctima de lo que hoy podríamos llamar una curiosidad científica excesiva, su tío, Plinio el Viejo, naturalista con imaginación de narrador de literatura fantástica, se acercó y murió asfixiado al inhalar los gases venenosos que arrojaba el volcán.

"Cuando comenzó a volver la luz (y esto sólo fue tres días después) —dice Plinio en su epístola—, se encontró en el mismo punto su cadáver entero, cubierto por la misma ropa que llevaba al morir, y más en la posición de hombre que descansaba que en la de muerto."

Herculano y Pompeya fueron sepultadas por la ceniza y la lava. Pero el Vesubio, amante de la arquitectura y del arte, conservó los muros y las columnas y no pocos utensilios y objetos de los pompeyanos al tiempo que destruyó la vida de las ciudades y la de sus habitantes.

Bajo toneladas de materia volcánica, Pompeya y Herculano guardaron en silencio los restos de su grandeza, sus secretos humanos, sus tesoros, hasta que en el siglo XVIII fueron reencontradas las ruinas y se inició una recuperación arqueológica que aún no ha terminado.

En Pompeya, imponente ciudad fantasma, el viajero camina por calles empedradas y visita casas, palacios y un anfiteatro que seguramente no existirían debido a las guerras, el tiempo, la especulación inmobiliaria, la sistemática destrucción de las ciudades en nombre de la modernidad y su imperiosa contumacia de levantar edificios lamentables.

De entre esas ruinas, de esas piedras que fueron hombres, se levantan muros con magníficos frescos de colores muy vivos, pinturas con temas de rituales dionisíacos, muy ilustrativos sobre la vida cotidiana y las costumbres e ideas de los romanos sobre el placer.

Medio siglo después de descubiertas, desde diciembre del año dos mil uno, una vez restauradas, el curioso puede visitar las Termas Suburbanas de Pompeya, baños públicos con pinturas de inequívoco erotismo, tan explícitas que no dejan de escandalizar a las buenas conciencias.

Nada nuevo bajo el sol, pero uno sospecha que la censura y la intolerancia hubieran sido a lo largo de los siglos más nocivas para esas pinturas que el tiempo y la erupción del volcán. Si no fuera por el Vesubio, oh paradoja, por su lava protectora, que no quede la menor duda, esos frescos hace mucho que no existirían.