28 de febrero de 2010

Cuando muere un poeta

Cuando muere un poeta, algunas palabras pierden sus atributos, su sonido y su sentido, nada dicen, cuando muere un poeta. Los colores pierden intensidad, los objetos no tienen la misma consistencia, la realidad se desdibuja por un tiempo, los pájaros chillan desorientados y los árboles se mecen en un viento que ha perdido el norte.

Cuando muere un poeta, uno de verdad, uno que nombra el mundo como si lo creara (uno de esos que levantan la voz y pareciera que las cosas se incendian o se inclinan, se hacen y fijan en sus palabras), una lengua es mutilada, quedará incompleta, y una manera de estar y ser en el mundo ha llegado a su fin, pues se pierden para siempre los versos que sólo él podría haber imaginado.

Un poeta es el alma de una lengua y por un instante se levanta y erige en su poema por todos los poetas, por todos los hombres, aun los que ignoran que hay un verso que los anima y los nombra. Cuando muere un poeta, se deslavan un poco las otras palabras y quedan fijas y finitas las suyas, iluminadas. Hoy ha muerto uno. Es la hora de escucharlo, de leerlo; es la hora de guardar silencio.

14 de febrero de 2010

Currículum

-Sí, señor, entiendo su punto de vista. Mi currículum es tan breve porque, antes que empeñarme en cualquier otra actividad, en esta vida me he dedicado intensamente a vivir la mía.

12 de febrero de 2010

Julio Cortázar: aniversario

Un día como hoy murió Julio Cortázar. Habría que salir a la calle a buscar lo ordinario extraordinario, a jugar a la rayuela, brincar en un dibujo hecho de casillas en el suelo o leer un capítulo para llegar al cielo. Hoy sería un buen día para beber un whisky y gozar uno de los cuentos favoritos, de poner un disco y luego otro, hasta que la música del saxofón y el piano se derrame y nos deje al pie de la escalera de las palabras fijas de un poema.

Con la certeza de que lo fantástico está aquí, ahora, en el lado de acá, en el lado de allá, en todos lados, frente al horror de cada día, hoy sería un buen día para acostarse con las palabras, con las de él, tocadas por la alegría y la imaginación. Sus palabras son más que palabras: son la suma cifrada de lo que somos y seremos, la expresión de la inteligencia y un guiño del humor. Nos revelan una figura que nos dice y nos asomamos a ella para dar el salto metafísico al otro instante, por encima del vértigo del precipicio de la realidad de cada día. Por sus palabras, por su literatura, brújula increíble, fundadora de mundos, botella al mar, llegamos a nosotros mismos y resolvemos la vida cotidiana, día a día, antes y después de aniversarios y efemérides, de ritos y ceremonias. Hoy, como todos, es un buen día para leer unas páginas y entrevernos.

2 de febrero de 2010

Entre la ficción y la realidad

Woody Allen ha inventado la vida del guitarrista Emmet Ray, tan verosímil y cinematográfica, con la misma precisión con la que Max Aub trazó la vida de aquel pintor, Jusep Torres Campalans, que nadie vio nunca ni conoció jamás porque sólo existió en la literatura de Aub y del que, sin embargo, parece que dio noticia alguna enciclopedia mal documentada, porque no era la de los personajes célebres que nunca existieron. La apócrifa historia de ese virtuoso del jazz de los años treinta, dulce y vil, que sólo cobra vida cuando se proyecta Sweet and Lowdown, que llevó en nuestras salas el muy lamentable y cursi título de El gran amante, ha engañado a un espectador ingenuo: alguien afirma que Ray existió. Cree que la película es un documental, tal como ha ya mucho tiempo un célebre hidalgo manchego daba por ciertas y verdaderas las aventuras que cuentan los denostados libros de caballerías. La línea entre la ficción y la realidad es tan frágil como la que dibujan y deshacen sin cesar las olas del mar en la arena.