28 de abril de 2014

Esta tarde

Son las dieciocho horas de esta tarde, 
y de todas no tengo ninguna.
La luz se pone vieja en el aire que palpa,
en la nube que arrastra una muerte por lluvia.
Desde la ventana se agazapa en la mesa, en la taza de café,
en un cuaderno escolar, en la sombras que se alargan.
Es huérfana de penas y fugaz como un paseo en bicicleta,
como una canción, como la danza del agua.
Ya huelen a noche sus pájaros, su fatiga, sus árboles, sus calles.
La tarde se fuga con el Sol que se marcha rojo de pena.
La amenaza un rumor de noche, luna, frío y ausencia.
Pronto empezará el sutil despertar de las estrellas.
Yo la siento compañera, amiga de la escritura, 
del ocio y de quimeras, de las cosas que me digo y de la espera.
A mí me gustan mucho las tardes, y mañana la evocaré,
o la olvidaré sin nostalgia, con otra luz, en su gemela, 
si es verdad, Borges, que las tardes a las tardes son iguales

27 de abril de 2014

La humildad de Díaz Mirón

Salvador Díaz Mirón fue un poeta notable y un hombre violento, colérico. Tuvo el talento para escribir una poesía imprescindible, y también el hado funesto para salpicar su vida de sangre, muerte y desgracias.

Injuriaba, insultaba y golpeaba, por lo menos, a cualquiera que lo contradijera sobre una jugada de ajedrez o sobre la correcta construcción de un verso (sabía gramática y latín) o sobre sus ideas políticas. Retaba a duelo a sus adversarios, y mató más de una vez. Por uno de esos homicidios estuvo en la cárcel, aunque no fue juzgado y, luego, liberado.

Conoció el destierro, la distancia y el desamor de sus hijos, la enfermedad y la muerte de algunos de éstos. En una de sus riñas perdió movilidad del brazo izquierdo. Fue un político que usó su poesía como arma política (con un poema irritó al dictador Porfirio Díaz), diputado varias veces, amigo de Victoriano Huerta, candidato a gobernador de Veracruz, director del Instituto Veracruzano...

Pero lo que de veras no toleraba era la crítica a su poesía. Pistola en mano pedía cuentas a los que se atrevían a hacer comentarios no halagadores para Lascas, libro admirable. Se creía sin la menor sombra de la duda el mejor poeta vivo de América. Díaz Mirón era, todo un personaje. Uno notable, con vida épica y trágica.

Es difícil imaginarlo vulnerable, humilde, sencillo; apenas puede uno imaginarlo débil, en una situación desesperada. Y sin embargo, en mi familia materna todavía de vez en cuando aparece la leyenda de Díaz Mirón, su trato cordial y afable con mis mayores, en particular con Pantaleón Llarena, hermano de mi bisabuelo, al que respetaba y apreciaba.

De pronto, entre mis papeles, de una carpeta sale una copia de la misiva que el poeta le envió a Pantaleón desde la cárcel. Es un hecho conocido, y la revista Biblioteca de México, número 76, julio-agosto 2003, la publicó en facsímil gracias a la colaboración de mi tía María Elena Llarena.

Dice el poeta, acaso en su peor momento, desde la cárcel:


«El 17 de junio de 1896.
»Querido y estimado Pantaleón:
»Una necesidad imperiosa me obliga a suplicarte, no sin pena, que me facilites quince pesos.
»Si Dios me permitiere salir vivo de la cárcel, o si en ella quisiera aliviarme de la miseria pecuniaria, te pagaré religiosamente el dinero no los favores que te debo.
»Cuenta con la eterna gratitud de tu pobre amigo que jamás olvidará que su familia ha comido algunos días merced a tu generosidad.
»Salvador Díaz Mirón

»Al señor Pantaleón Llarena
En la ciudad» [Veracruz]


No tengo razones para dudar, no asoma la menor sospecha, pero tampoco tengo pruebas ni la certeza de que mi pariente le haya prestado o regalado dinero al poeta. A pesar de la variopintas opiniones que despierta su vida, su leyenda, me gusta imaginar que contó con ese dinero.

22 de abril de 2014

La bugambilia

En el jardín florece la bugambilia. Y un amigo que vive en Hungría me escribe que no basta con viajar al norte en primavera para comprender el prodigio de la naturaleza. Resulta, dice, que hace falta vivir el invierno, seis meses sin sol, el frío y la nieve para comprender cabalmente el sentimiento de resurrección que hay en Wordsworth, en Keats, en Hauptmann. No le falta razón, y sin embargo la primavera también se nutre de lecturas y recuerdos.

Desde la ventana de la sala veía la bugambilia en la casa de mi infancia. Cubría un muro de ladrillos rojos, tosco, que casi nunca tenía ocasión de mostrar su fealdad. La bugambilia era una fiesta, un derroche, una explosión colorida y silvestre que nadie tocaba por inaccesible, que colgaba y extendía algunas ramas casi al alcance de mi mano. Sus hojas, cuando caían, encendían el suelo de color.

Luego se convirtió en un asunto filológico. Como un tan Louis Antoine de Bougainville la llevó a Francia desde América, le dieron su nombre. El Diccionario la llama buganvilia o buganvilla (el género es: Bougainvillea), y también he visto su nombre como bugambilla. En otros países americanos recibe otros nombres. Pero ninguno tiene el color tan intenso ni la solera de bugambilia.

La lujosa mancha de vino de la bugambilia sobre el muro inmaculado, blanquísimo, dice Octavio Paz. Leo y me detengo, voy de la lectura al final de la casa, y luego a aquella lejana ventana de la sala. La bugambilia me acompaña, está conmigo, frente a mí: en el jardín de mi casa, en el poema, en el recuerdo y la memoria de la infancia.

19 de abril de 2014

Otro viaje alrededor de una habitación

Gabriel Fernández Ledesma fue un pintor y grabador que participó en la intensa vida artística de la primera mitad del siglo XX mexicano. Al margen de lo que suele llamarse el centro de la obra de un artista plástico, como ilustrador hizo un libro memorable de lecturas para niños, creó escuelas y un taller de impresión y grabado, y su cargo como jefe de servicios editoriales en la Secretaría de Educación Pública le permitió conocer a fondo el casi olvidado arte de hacer libros como una de las bellas Artes (era un asunto de familia: su hermano Enrique, escritor y amigo de Ramón López Velarde, mientras fue director de la Biblioteca Nacional de México publicó, en 1935, una Historia crítica de la tipografía en la ciudad de México. Impresos del siglo XIX).

En 1938, Fernández Ledesma viajó a Europa con: «mi compañera y esposa Isabel Villaseñor, la joven escultora Esperanza Muñoz Hoffman, Angelina Beloff, pintora y amiga fraternal.» Isabel Villaseñor fue una destacada pintora y escultora, y su posición como protagonista de la vida artística de México la llevaría, entre otras actividades, a actuar en ¡Qué viva México!, el filme de Sergei Eisenstein. Por su parte, Angelina Beloff fue la primera esposa de Diego Rivera.

El motivo del viaje es muy claro: «el vivísimo deseo de viajar y el propósito de hartarnos de museos.» Hay un segundo motivo. Dice, al hablar de una pesada caja, que está: «repleta de fotos, enorme cantidad de litografías y estampaciones, de grabados de madera y en metal. Es el material que la L. E. A. R. me confió, y con el cual he presentado en la Maison de la Culture, una exposición bajo el rubro L’art dans la vie politique mexicaineLa LEAR, en la que militaba Fernández Ledesma, era la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios.

En 1958, veinte años después de aquel viaje, a partir de los apuntes y dibujos que había en una pequeñísima libreta, Fernández Ledesma publicó Viaje alrededor de mi cuarto (París. 1938). Por azares y circunstancias, tengo ahora en mis manos un ejemplar. Se trata de un volumen, en octavo, de ciento doce páginas, publicado por Editorial Yolotepec, que es, de la portada al colofón, un modelo de las artes plásticas. La edición, según maqueta tipográfica del autor, consta de cien ejemplares numerados. 

Es, en verdad, una pequeña joya, toda ella cuidada con esmero, compuesta con tipografía fina, con plecas armoniosas y versales y versalitas, impresa a dos tintas; con grabados notables del doble autor, logradísimos en su ejecución, impecables, aunque acusan ese carácter tosco, burdo, con los trazos un tanto gruesos, tan propios del arte llamado revolucionario hacia 1950.

Gabriel Fernández Ledesma, a partir de aquellos apuntes, decidió escribir no sobre su estancia en París sino sobre su cuarto en un quinto piso en la rue Saint Placide. Es decir sobre su vida en París (y la ciudad misma) desde su habitación. Ejercicio curioso, de escritura pulcra, que inequívocamente hace referencia a otro libro. Dice: «Respecto al nombre que habría de dar a mis apuntes, ni un momento dudé de este que lleva. No dudé a pesar de saber que igual título ostenta una obra que ni conozco ni cuyo autor recuerdo.»

Se refiere, por supuesto, a  Voyage autour de ma chambre (Viaje alrededor de mi habitación) de Xavier de Maistre, obra tan célebre como difícil de encontrar. Fernández Ledesma admite que no la conoció (ni le importó), pero Sainte-Beuve, Proust y Borges (la cita textualmente en “El Aleph”), Stevenson y Perec, y en nuestros días Enrique Vila-Matas, lo tienen por una obra precursora, ejemplar y rara, cercana a Laurence Sterne.

No es para menos: Xavier de Maistre, debido a su encierro en una habitación de Turín en 1794, como castigo por batirse en duelo, “viaja” a través de su habitación. Encontró que todo viaje es interior, hacia uno mismo, y que en cualquier habitación, desde cualquier ventana, es posible conocer el universo entero.

Asombrosa certeza que nada tiene de novedosa. Virginia Woolf también supo de la importancia y trascendencia que tenía para la imaginación, la reflexión, la escritura y el pensamiento el gozar de una habitación propia. Y Vicente Quirarte nos recuerda en La invencible que Xavier Villaurrutia aprendió de «Paul Morand y antes en Xavier de Maistre que todo viaje se realiza primero alrededor de la alcoba». Vila-Matas va más lejos, y encuentra a Luciano de Samosata y en particular a Lao-Tsé como precursores: «Sin salir de la puerta se conoce el mundo / Sin mirar por la ventana se ven los caminos del cielo. / Cuanto más lejos se sale, menos se aprende.»

Fernández Ledesma nos habla de sí mismo y de París desde su cuarto. No podría ser de otra manera. A fin de cuentas, habla de él, de sí mismo, de lo que ve: de su mirada. Si bien podría hablar de afuera. ¡Está en París! Si bien menciona las visitas diarias al Louvre para ver pintura y comenta alguna excursión al mercado de Les Halles, pronto descubre que «cuando uno se  queda encerrado en su cuarto, es precisamente cuando disfruta de mayor libertad», y en su libro aparecen los tejados de París, los gorriones que entran atraídos por las migajas de pan que pone para ellos, la calle cinco pisos abajo. Aparece el lavabo, la cama, el ropero, la mesa, la puerta, la cerradura, la despensa: «Alrededor del entrañable vitriolero de chipotles –objeto principal de nuestro culto– se dan cita la mortadela de veritable cheval y las coquilles

Dice Vila-Matas a propósito de Xavier de Maistre: «Lo sepa o no, su parodia de los viajes va a significar un salto mental, un punto de vista inédito que permitirá a los lectores futuros, sin salir de casa, el asombro de ver las puertas del caos y la simultaneidad del universo. El asombro, en definitiva, de ver más.»

Acaso Gabriel Fernández Ledesma también sabía que como es arriba es abajo, como es afuera es adentro, y que no hay que marcharse muy lejos para conocer y aprender otras verdades. Podría ser que alguien más pueda ver con otros ojos, ver y mirar y comprender, acaso por verdadera primera vez, al viajar sin salir de su habitación.

8 de abril de 2014

La novela es de quien la escribe

La autora danesa Janne Teller ha escrito Ven (Seix Barral), novela en la que, antes que sus méritos literarios, destaca el dilema moral que plantea. Un editor está a punto de publicar un libro, en realidad un producto editorial del que espera grandes ventas. El libro será un escándalo, un best-seller con enormes repercusiones. Una amiga del editor va hasta su despacho en la editorial y le pide que no publique ese libro por una razón tan simple como poderosa: ese libro cuenta su historia. 

Entonces el editor duda. Entra en conflicto en una larga noche de reflexión. Él dirige una empresa, se dice, y las ventas son las ventas. Su trabajo consiste en velar por los intereses de los accionistas. Algunos libros… perdón, algunos productos son mejores que otros, y los que más venden son los mejores. Cuando era joven, recuerda, sabía lo que era buena literatura, y admite que amaba a Proust. Ahora ni siquiera se atreve a valorar los libros.

Pero ella tiene sus razones. Le ha dicho que mientras trabajaba para la ONU en el proceso de paz de Morenzao sufrió una agresión brutal, masiva, en un contexto sociopolítico muy delicado y que ella ha decidido no hacerla nunca pública. El editor se pregunta si puede publicar un libro sobre una mujer danesa que mientras trabajaba para la ONU en proceso de paz de Morenzao sufre una agresión brutal, masiva, en un contexto sociopolítico muy delicado.

El editor escribe: «No corresponde a la editorial asumir la responsabilidad ética que tiene el autor. La responsabilidad del editor sólo consiste en advertirle… pero es únicamente responsabilidad del autor el decidir publicar algo que puede resultar ofensivo para alguien.» Además: «La ficción no es la realidad. Y por tanto un texto novelado no puede ser juzgado con los mismos criterios éticos que rigen los demás ámbitos de la vida.»

El que debe juzgar es el lector o el mercado. Si gusta el libro o no el editor está exento de toda responsabilidad, dice el editor. Entonces, se pregunta, ¿en quién recae la responsabilidad? «Una historia no tiene dueño», le dice el editor a su amiga. Y falta algo más: fue ella, la amiga del editor, la mujer agredida, la que contó su propia historia a un escritor. Él vio una historia de la que podría hacer una novela. Y la escribió.

El diario El Tiempo, de Bogotá, publicó el 29 de noviembre de 2011 que un tribunal de Barranquilla había fallado en segunda instancia a favor de Gabriel García Márquez ante la demanda de Miguel Reyes, cuya historia es la fuente de Crónica de una muerte anunciada.

Miguel Reyes se casó con Margarita Chica el 21 de enero de 1951 en un pueblo al norte de Colombia. La noche de bodas devolvió a su mujer a casa de sus padres porque no era virgen. Margarita admitió que había tenido amores con un vecino. Los hermanos de Margarita asesinaron al vecino para «limpiar el honor» de la familia.

Los hechos eran conocidos de todo el mundo, estaban en la «memoria colectiva del pueblo», pero fue García Márquez quien comprendió las posibilidades literarias de esa historia y escribió una obra maestra absoluta. Mejor: hizo de esa historia una obra maestra porque supo contarla impecablemente. El genio y el talento son atributos del novelista, no de las historias que escribe, por singulares y asombrosas que sean.

García Márquez tuvo la decencia de cambiar los nombres de los protagonistas, de modificar la historia, de inventar pasajes de la trama y se dio el lujo de incluir entre los personajes a algunos parientes suyos. (Aparece Luisa Santiaga, nombre de la madre del novelista.) Pero Reyes vio la posibilidad de «salvar su honor» o de enriquecerse a costa del talento ajeno, y pidió ante la justicia el cincuenta por ciento de las ganancias obtenidas por el libro en todo el mundo. Dijo: «El verdadero Bayardo San Román [el personaje de la novela que devolvió a la esposa] soy yo.» En mayo de 2010 un juez dictó sentencia a favor de García Márquez. Reyes apeló y la justicia falló, en segunda instancia, de nuevo a favor del novelista.

«Cientos de obras literarias, artísticas y cinematográficas han tenido como historia central hechos de la vida real, siendo adaptados a la perspectiva de su creador», señaló el tribunal. El abogado de García Márquez dijo que los argumentos de Miguel Reyes fueron desvirtuados porque el objeto del arte «no es el hecho de la vida real, sino la forma como se presenta y porque la violación de la privacidad no fue responsabilidad del escritor, que puso el nombre de “Bayardo San Román” en la historia, sino del propio Reyes, al decir que a él le había ocurrido ese caso. Es como si una mujer que posa para un pintor exigiera luego la mitad de los derechos de autor. Ella es propietaria de su cuerpo, pero la obra, como tal, es del pintor.»

La idea de la pintura también la menciona Janne Teller en boca del editor, su personaje: «Los escritores, y todos los artistas, han utilizado desde siempre el material al alcance de su mano. Lo han expuesto al daño de las miradas, diría alguien, pero tratándose de arte no puede considerarse que sea un daño. Fijémonos por ejemplo en las reveladoras pinturas de Picasso sobre sus mujeres. ¿No le produce satisfacción a Dora Maar ser exhibida en Mujeres llorosas? ¿No seríamos más pobres sin esas pinturas? Tomemos también En busca del tiempo perdido, El gran Gatsby, Los Buddenbrook.

»Quizá ser escritor, en sí mismo, consista en establecer un pacto fáustico. Vender el alma para poder engendrar algo singular y grande. Porque, ¿de dónde surge la idea para una obra? ¿De dónde nace la ficción si no es de la realidad circundante?»

García Márquez explicó las claves de su arte: «Puedo demostrar que, salvo el simple mecanismo del drama, todo el contexto es totalmente falso, inventado por mí. La identidad de los personajes es falsa. Los caracteres de los personajes son falsos, salvo los de mi familia, que yo quise que fueran auténticos, y todos los episodios que estaban alrededor del drama mismo obedecen a una técnica primordial del arte de novelar, que es tomar de la vida real solamente los elementos que a uno le interesan desde el punto de vista dramático y humano, y volver a armarlos en el libro como a uno le parece.»

Y pareciera que Janne Teller aprendió del novelista colombiano. «Cuando las historias son privadas y ha sido explicadas por personas que no podían saber que serían usadas en un libro, el autor debe convertirlas en anónimas. Asegurarse de que será imposible identificarlas en la esfera de lo real… Distorsionar el espejo para penetrar más allá de la mera superficie. Hacer universal lo personal… U obtener permiso…»

Las ideas no pueden registrarse, no tienen creador ni autor ni dueño, y el «préstamo» o el «robo» dependerá en cómo se plasme. Otra cosa es el llamado plagio, el tomar una a una las piezas y momentos de la trama, apoderarse indebidamente (sin citar) una a una de las palabras que otro ha escrito, esa vileza que practica un tal Bryce Echenique, entre otros ladronzuelos. Pero la manera de ejecutar una obra, eso no se puede tomar de otro. Lo dice Teller así: «La plasmación de una idea no se puede robar.»

Me parece que fue el gran cervantista y medievalista Martín de Riquer, tan sabio como era, el que dijo que cuando alguien toma una idea o una trama de otro (o la escucha en las mesas de los cafés y en las calles en boca de todos, o está en un libro mal escrita, por debajo de sus posibilidades), y escribe una obra superior o maestra con esa idea o esa trama, no ha cometido un plagio ni un robo sino un asesinato: le ha demostrado al primer redactor lo que podría haber hecho si tuviera talento.

«La tierra es de quien la trabaja» proclamó Emiliano Zapata. Janne Teller, Gabriel García Márquez y la justicia colombiana nos dicen que no es relevante la fuente o la idea de una novela; lo que importa es la forma en que se plasma, en que se erige en obra literaria, y ésta es de quien la escribe.

6 de abril de 2014

La historia de Liv Ullmann

Una actriz, tan joven como bella, recibe el llamado de un director de cine para hacer una película. Ella acude. Se encuentran. Ambos están casados; él es veinte años mayor. Durante el rodaje de Persona los «alcanzó la pasión», escribirá él. Lo demás es la crónica de la relación amorosa y amarga, extrema y amistosa entre Liv Ullmann e Ingmar Bergman.

Su relación forma parte de la historia de la cinematografía al menos de dos maneras: por las obras, fama y talento de sus protagonistas, que la han contado en sus libros de memorias, y por el documental Liv & Ingmar, de Dheeraj Akolkar, en el que Liv Ullmann, de cara a la cámara, en inglés, cuenta y evoca, relata y denuncia, declara y proclama, recuerda y canta su vida al lado de Bergman.

Aunque sólo vivieron juntos unos cuantos años, su relación se extendió durante cuarenta y dos, hasta la muerte de Bergman. Y se antoja un caso de manual, típico, de codependencia, relación amor y sufrimiento. Los celos de él, sus inseguridades, su necesidad de tomar y controlar el cuerpo y el alma, los pensamientos y las acciones de ella (que vivieran en relativo aislamiento en la isla de Fårö ya es relevante) los llevaron a una situación límite y sin salida. Liv Ullmann no podía vivir así, no dejaba de amarlo, pero no podía vivir con él.

Al final, tuvieron la sabiduría y las agallas de hacerse amigos. De ofrecerse amistad, de levantar un puente entre ellos un puente más firme, en el que se pudiera transitar de un lado al otro cuando hacía mucho la pasión se había extinguido entre ellos.

Y Liv Ullmann, único personaje y voz del documental, hermosa a sus setenta y cuatro, emocionada, conmovida, entre escenas cuidadosamente elegidas y editadas de las películas que Bergman dirigió, habla con una sencillez que no puede ser más auténtica, y uno, desde la butaca de un cine, sabe que está diciendo la verdad y sólo su verdad: que su amor por Bergman fue intenso y no tuvo fin, y que vivieron, aún separados, «dolorosamente unidos».