17 de diciembre de 2016

La llave

Una novela japonesa siempre nos ocultará detalles y matices cuya comprensión, supongo, cambiarían su significado, incluso su sentido y, por lo tanto, la calidad de la lectura. Las diferencias culturales, tan profundas, pueden inducirnos a errores fatales de apreciación. Tal vez el conocimiento cabal de esa literatura esté reservada para los eruditos, los especialistas que han hecho de su inmersión en Japón su profesión o una forma de vida.

Tras una lectura atenta, pausada, termino La llave (Siruela), de Jun'ichirō Tanizaki, con la impresión de que algo esencial se me escapa. Tengo la certeza de la ejecución impecable de una trama urdida con maestría, con una inteligencia fría y contenida. Todo responde a un plan: el doble juego de los diarios de los cónyuges escritos para que el otro lo leyera, sus entradas embusteras, sus mentiras, sus veladas intenciones en un juego de provocación, turbio, que los acerca y excita mientras los aleja y envilece.

Nada es sólo lo que parece, y tampoco ninguno de los cuatro personajes es sólo lo que aparenta, todos practican una una sutil perversión, una doble intención que oscurece la novela.

Tanizaki escribió un ensayo célebre, «El elogio de la sombra», sobre la sombra y la luz en la cultura japonesa y su distinta valoración en la occidental. En Japón la sombra tiene cualidades positivas que desdeñamos, y en esa sombra, en esa penumbra late la novela. La llave se oscurece aún cuando el marido ilumina con lámparas el cuerpo desnudo de su mujer ebria, dormida o inconsciente para fotografiarlo. 

Y la historia no culmina en un adulterio, en un tensar los hilos de las relaciones cada vez más tensas con el fin de aumentar el goce del juego y la excitación sexual, sino en llevar a los otros a cumplir su papel designado en ese juego perverso. 

Nada es gratuito, ni la sospechosa muerte del marido, ni la esquiva conducta de la hija del matrimonio, ni las intenciones del cómplice-amante. Todo cuadra y algo falta, tal vez, pero nada sobra. Cada pieza, cada escena, cada entrada de los diarios, está trabajada como la más fina caligrafía, para hacer que algo suceda, para cerrar los hilos de la trama. 

Tal vez, a mediados de los años cincuenta, cuando se publicó, La llave era una provocación, un escándalo, como lo fueron los libros de Henry Miller o D. H. Lawrence. Morbosa, desagradable, turbadora, intensa, sucia, La llave es, antes que todo eso, buena literatura.