28 de diciembre de 2016

Vecinos

La palabra rival procede de la latina rivus: arroyo. El rival es el que está del otro lado del río: el vecino. Es muy común que el adversario se encuentre detrás de las montañas o en la puerta de al lado. Si se hace un recuento de los casos en los que el enemigo es el vecino, se escribiría un capítulo clave de la historia de la infamia, de la Historia de los pueblos del mundo, y de no pocas tragedias familiares.

Las historias de abusos y actos inciviles de vecinos son parte de la vida en comunidad. Conozco el caso de dos familias rivales (¿los Montesco y los Capuleto eran vecinos?) que han perdido a tres miembros cada una por una rivalidad, un pleito del que ya nadie recuerda el origen, pero que al crecer en las ofensas y la violencia ya ha cegado seis vidas.

Tal vez la convivencia entre vecinos es el más alto punto de la civilización. No la creación del Estado y el contrato social como lo entienden los sabios y los profesores, sino el tolerar en paz la presencia de ciertos vecinos todos los días. Debería instituirse una medalla al mérito cívico por soportar la compañía de algunos vecinos.

Aunque también es cierto que entre los vecinos hay gestos solidarios, franca amistad, ayuda solidaria, y a veces las buenas relaciones acaban en compadrazgos, noviazgos y matrimonios que se fraguaron en el patio común o en el cubo de la escalera del edificio. (En su inicio, Playboy pretendía encontrar a sus modelos en la chica guapa de la casa de junto. Era una fórmula optimista, una forma amable de decir que la belleza está en todas partes. Y, claro, hubiera sido muy estimulante tener por rival, ahí, luego luego, casi sin salir de casa, a una modelo de esa revista.)

 El malogrado Luis Ignacio Helguera escribió hace años un artículo memorable sobre la música de los vecinos. Soportarla algo tiene de prueba de los dioses, de ejercicio de templanza, de preparación espiritual en el dominio de las pasiones y práctica de las virtudes capitales. Ya que es inevitable escucharla, lo mismo a las dos de la tarde y a las dos de la madrugada, uno se pregunta cómo puede llenarse la gente la cabeza de tanta basura.

No hace falta creerse mejor que otros. No hay soberbia ni presunción frívola. Ni llegar a los extremos y provocaciones de Cioran: «Sin Bach, la teología carecería de objeto, la Creación sería ficticia, la nada perentoria. Si alguien debe todo a Bach es sin duda Dios.» Simple y llanamente la paz y el silencio son invaluables, así como la buena música. Y la buena música (no es necesario explicarla) casi nunca es la que viene de la casa del vecino.

George Steiner lo sabe. Y lo dijo así, con profunda sabiduría: «Vivimos en un mundo en el que el poder más terrible es el ruido. El silencio es el lujo más caro. Tienes que ser muy rico para no oír la música del vecino.»