10 de abril de 2017

Los coleccionistas

Siempre estarán insatisfechos. Ese es su sino y condición ideal. Tal vez su insatisfacción es la motivación mayor, el encanto del juego, de su pasatiempo y a veces de su pasión. ¿Qué coleccionista no pierde el sueño y la serenidad ante una pieza rara, única, que en ningún otro lado estaría mejor que en su colección?

No me refiero a los puntuales compradores de objetos de una clase que se encuentran en cualquier parte. No me refiero a una serie de gatos o búhos de cerámica o madera o de cualquier otro material que se hacinan en una repisa o una mesa.

Pienso en el coleccionista como un cazador que está siempre al acecho de la pieza que falta. Un buscador astuto como un felino hambriento que acecha a su presa. Alguien que anhela piezas que sabe tan difíciles de conseguir que pareciera no existieran. Un recolector selecto, que limita los alcances de su colección, que la orienta, la refina, y termina por hacer de ella una obra maestra.

Ese coleccionista necesita algo más que dinero. Hace falta una pasión implacable, como todas ellas, un conocimiento profundo adquirido por la experiencia y el estudio, por los viajes y el azar. Sabe que una colección no son todas las piezas posibles sino las mejores o representativas, las raras, los ejemplares únicos de un periodo histórico o un país.

Por supuesto que hay colecciones extensas de gran valor. La diversidad y el número las hacen estimables y pueden encerrar, por ello, un valor histórico y didáctico. Pero sin criterios fijos, sin límites estrictos, cualquier pieza cabe en una serie sin pies ni cabeza.

El coleccionista selecto, el que quiere una colección cerrada porque tal vez no habría más piezas para esa colección finita, limitada, y que completarla puede ser una misión imposible o el objetivo que le da sentido a una vida.

Un coleccionista es, en sentido recto, alguien que busca algo en la vida y no cesa de buscarlo. Conozco a un coleccionista que sabe que su colección nunca estará completa. Y como si fuera un rompecabezas al que le falta una pieza, todas las demás le dan contorno y sentido a la pieza que falta. Todas las demás remarcan y señalan su ausencia.

Confío en que el coleccionista no encuentre nunca lo que busca. Conseguir esa pieza es su mayor deseo, y verlo satisfecho sería como poner en su sitio ese trozo de cartón perdido en el rompecabezas; lo dejaría sin propósito. Una colección completa pierde sentido, como un álbum que tiene ya todas las estampas después de que la mirada satisfecha recorre sus páginas.

Esa colección puede ser admirable, y digna de un museo, pero ha perdido su encanto, su razón de ser, el supersticioso encanto de provocar insomnio y despertar emociones intensas.

Una colección mientras está en formación, incompleta, puede arrebatar a su creador hasta lo inverosímil. Por completarla, puede empeñar tiempo, esfuerzos y una fortuna. Luego, al completarla, si eso es posible, implacablemente, la colección pierde interés.

A la satisfacción de la obra concluida la desplaza una implacable sensación de vacío. ¿Qué puede hacer o desear un coleccionista si no entregarse al aburrimiento y el hastío cuando ha concluido su empresa y ha conseguido la última pieza?